martes, 28 de abril de 2015

Un único error II

“La verdad es que nunca lo hubiera esperado de ti, de cualquier otro es posible pero de ti no. Nunca, y eso es lo que más me duele, que seas tu. Después de tantos años, de haber llegado tan lejos, de habernos hecho con el negocio juntos, después de tanta sangre, de tantas muertes, me traicionas. Tú, mi mejor amigo, mi mano derecha.

No, no te voy a preguntar por que has hecho esto, solo puede haber un motivo, para que el príncipe reine el rey debe morir. Pero amigo, este rey es muy duro. Tú lo sabes bien.

Estoy seguro que aún sigues dándole vueltas a que ha podido salir mal, y a decir verdad es que te entiendo, el plan era bueno, introducir al Manchego en mi casa. Nada menos que el Manchego a estas alturas. ¿Hace cuanto que le quemamos el club? ¿Quince años? Y aún me odia por ello. Bueno es cierto que no quedo muy guapo después de que se quemara media cara pero ya ni me acordaba de él. Al principio ni le reconocí ¿sabes? Pero eso ya no importa.

Eso sí la elección era buena, si me hubiera matado nadie habría sospechado de ti, todo le mundo se hubiera inclinado por la venganza, y tú les habrías empujado a creerlo.

¿Tanto ansiabas mi puesto como para correr semejante riesgo? Supongo que sí, nunca has sido tonto y conocías los riesgos. Ahora no me dejas más remedio que usarte de ejemplo por si alguien vuelve a tener esa idea se lo piense mejor. ¿Que pensabas? ¿Qué seria tan rápido como con él? No, amigo, no. Lo suyo lo entiendo, son gajes del oficio y le toco perder. Ya sabes que yo eso lo respeto, tenia sus motivos y actuó conforme a ello. Pero lo tuyo no lo puedo perdonar. Es traición. Y tú sabes como trato a los que me traicionan.

Eso es lo que más me sorprende, que sabiéndolo te la jugaras así, lo tenías todo. Pero querías más. Al final siempre hay alguien que quiere más.

Te queda mucho dolor por sufrir antes de morir, mucho. Demasiado. Pero sí te diré lo que ha fallado. Tu único error.

Podría decirte que hace años que tengo vigilado a todos mis capitanes y que sabía que habíais hablado el Manchego y tú. Sí, no me mires así, tengo contratado a un inglés que perteneció a MI5 hasta que descubrió lo lucrativo que podía ser para él trabajar para mí. Un experto en inteligencia, ex espía creo, con esa gente nunca se sabe. Pero trabaja bien, tiene un red de seguimiento personal, vuestras cuentas… en fin, todo lo que hacéis y mira por donde, después de tantos años resulta que estaba acertado al contratarle.



O también te puedo decir que el error fue que sospechaba algo y por eso iba armado cuando el Manchego me ataco. Y ya sabes que no soy fácil de matar y menos aún con la pistola en la mano. Lo han intentado muchos…

Pero no, ese no ha sido tu error.

Tu único error, por el que vas a morir, el que te ha hecho pensar que podrías matarme, ha sido que olvidaste que me tenías miedo”.



sábado, 18 de abril de 2015

Un único error

El inconfundible olor de la sangre fue lo primero que reconoció al recuperar el sentido. Olor a sangre, orina, humedad… y por supuesto el olor de la muerte, le había acompañado durante tantos años de su vida que lo podía reconocer en cualquier lugar.

A medida que volvía a ser dueño de sus sentidos otras sensaciones le llegaban a su mente, el dolor de las manos atadas que después de tantas horas estarían tan hinchadas que parecerían a punto de explotar, los trozos de dientes clavados en sus encías, que por suerte se le habían adormecido pero cuyo dolor le había estado torturado durante un buen rato, los cortes el la piel ó la nariz rota ya casi ni importaban. “Esa es una de las ventajas de esta situación-pensó- que el dolor de una cosa tapa el dolor de la anterior”. No pudo evitar una mueca que si no fuera por los deformes e hinchados labios rotos se podría haber interpretado como una sonrisa.

La otra ventaja era sin lugar a dudas la sensación de descanso que no podía evitar sentir, pese a todo, sentía, no, sabia que el final estaba cerca y que ya no dependía de él. Se acabaron las noches en vela planeando, el secretismo, el miedo a ser descubierto, la incertidumbre del resultado. Todo eso ya había pasado. Ahora tocaba pagar.

No pudo evitar un gemido de dolor que alerto a sus torturadores al girar la cabeza hacia el cadáver que tenia al lado, o lo que quiera que fuera el bulto informe que estaba tirado en el suelo junto a la silla a la que llevaba atado una eternidad, al menos para él así era.

-         ¡Vaya!, ya has vuelto. Debe ser que no has tenido bastante con unas caricias…
     
No contesto, aunque hubiera podido hablar no habría sabido que decir y de todas maneras no habría valido de nada en aquel sótano. Desde el día anterior el tiempo de las palabras ya había pasado. Ese debía haber sido el tiempo de recoger el premio por su labor. O de pagar por sus errores. Y, no cabía duda que allí, atado a esa silla, era el tiempo de pagar.

Lo que no podía dejar de pensar desde el momento en que se vio rodeado por los hombres que le condujeron al sótano era que pudo haber fallado.

El plan era perfecto, tenia al hombre ideal y la ocasión era idónea pero en algo había fallado y no podía imaginar que era y pensó que le gustaría saberlo antes de morir. Por que a estas alturas ya nada iba a evitar que le mataran.

En ese momento oyó la voz de su mejor amigo tras la puerta, en otro momento eso le habría alegrado en el alma pero esta vez no.

Se abrió la puerta y entro el hombre al que más había admirado y respetado nunca…

El hombre que había ordenado que le torturaran.

El hombre que llegaba para matarle.


(continuara)