El
inconfundible olor de la sangre fue lo primero que reconoció al recuperar el
sentido. Olor a sangre, orina, humedad… y por supuesto el olor de la muerte, le
había acompañado durante tantos años de su vida que lo podía reconocer en
cualquier lugar.
A
medida que volvía a ser dueño de sus sentidos otras sensaciones le llegaban a
su mente, el dolor de las manos atadas que después de tantas horas estarían tan
hinchadas que parecerían a punto de explotar, los trozos de dientes clavados en
sus encías, que por suerte se le habían adormecido pero cuyo dolor le había
estado torturado durante un buen rato, los cortes el la piel ó la nariz rota ya
casi ni importaban. “Esa es una de las ventajas de esta situación-pensó- que el
dolor de una cosa tapa el dolor de la anterior”. No pudo evitar una mueca que
si no fuera por los deformes e hinchados labios rotos se podría haber
interpretado como una sonrisa.
La
otra ventaja era sin lugar a dudas la sensación de descanso que no podía evitar
sentir, pese a todo, sentía, no, sabia que el final estaba cerca y que ya no
dependía de él. Se acabaron las noches en vela planeando, el secretismo, el
miedo a ser descubierto, la incertidumbre del resultado. Todo eso ya había
pasado. Ahora tocaba pagar.
No
pudo evitar un gemido de dolor que alerto a sus torturadores al girar la cabeza
hacia el cadáver que tenia al lado, o lo que quiera que fuera el bulto informe
que estaba tirado en el suelo junto a la silla a la que llevaba atado una
eternidad, al menos para él así era.
-
¡Vaya!, ya has vuelto. Debe ser que no has tenido bastante con
unas caricias…
No
contesto, aunque hubiera podido hablar no habría sabido que decir y de todas
maneras no habría valido de nada en aquel sótano. Desde el día anterior el
tiempo de las palabras ya había pasado. Ese debía haber sido el tiempo de
recoger el premio por su labor. O de pagar por sus errores. Y, no cabía duda
que allí, atado a esa silla, era el tiempo de pagar.
Lo
que no podía dejar de pensar desde el momento en que se vio rodeado por los
hombres que le condujeron al sótano era que pudo haber fallado.
El
plan era perfecto, tenia al hombre ideal y la ocasión era idónea pero en algo
había fallado y no podía imaginar que era y pensó que le gustaría saberlo antes
de morir. Por que a estas alturas ya nada iba a evitar que le mataran.
En
ese momento oyó la voz de su mejor amigo tras la puerta, en otro momento eso le
habría alegrado en el alma pero esta vez no.
Se
abrió la puerta y entro el hombre al que más había admirado y respetado nunca…
El
hombre que había ordenado que le torturaran.
El
hombre que llegaba para matarle.
(continuara)
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